De todo el mobiliario que rodea al humano en una vida, la silla es la que guarda con él la relación más cercana, al punto de que su sola presencia ha sido utilizada por un gran número de artistas visuales como símbolo de una ausencia, irreparable o no. Esta ausencia trae consigo la posibilidad de experimentar la espera como un estado consustancial a la vida en relación a los demás. Otros artistas, por el contrario, la han presentado ocupada por una figura poseída por el desamparo a un grado tal, que la convierte en un apoyo del individuo en la soledad y, por ende, en la representación de un respaldo físico de la consciencia en el quiebre emocional.
Adriana Tomatis ha buscado una vía alterna a ambas, dado que si bien en su nueva serie de trabajos parte de la asociación afectiva que guarda en su memoria con la persona a la que perteneció el mueble que ella retrata una y otra vez, este no parece cobrar en ningún caso el aspecto de un asiento para el desamparado o de un emblema del ausente.
La silla que ella pinta es una que se presenta más grande que cualquier silla habitual y acoge a una serie de cuerpos de ambos sexos que se relacionan diferentemente con ella. Podría uno decir que entra abiertamente en juego con cada cuerpo que la pintora ha tomado como modelo. Está claro que la silla no pertenece a ninguno pero es un elemento en una situación lúdica, en una suerte de permuta de asiento pues un modelo se lo cede a otro con entera libertad. Adriana Tomatis es la que decide quien y cuando y como y esto le da a la serie de pinturas un carácter contaminado de performance.
El aspecto lúdico se refuerza en la serie de imágenes -dibujos-, transferidas a papel hecho a mano por la pintora, en las que la silla aparece vacía pero en relación natural con mas individuos que podrían ser los miembros de una familia para la cual la silla se ha transformado en una presencia más -hasta una mascota aparece retratada en el asiento como si estuviera en un regazo-, como si un espíritu acompañante se hubiera encarnado en el mueble antiguo y de ser un testigo inerte se convirtiera en una compañía.
La aproximación pictórica sugiere una corriente de empatía en flujo. Las pinturas tienden al verde agua, que inmediatamente sugiere una suavidad fluida que elude los acentos graves de cualquier invocación a la memoria como algo sagrado. En esta modalidad pictórica, hay lugar para la aparición de una frescura que la traza del dibujo en los lienzos y las irregularidades naturales del papel hecho a mano aportan a la imagen siempre.
Adriana Tomatis explora una familiaridad en clave cotidiana, que nos es presentada nucleada en un objeto que cobra vida y alienta una ficción con características de brevísima narración: una trama encapsulada por una voluntad que conoce las facetas de un mundo impermanente.
Jorge Villacorta